domingo, 17 de junio de 2018

3. El imperio napoleónico

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Cuatro faltas de ortografía
Nota: 5




    La dictadura militar impuesta en Francia por Napoleón Bonaparte terminó con el proceso revolucionario y dejo paso a construcción  de un imperio que, durante una década, dominó Europa. La derrota final de Napoleón supuso el retorno temporal de absolutismo. Pero las cosas no volverían a ser como antes. Como demostrará la historia de las décadas siguientes, la huella de la revolución era profunda y duradera.


3.1. La construcción del imperio
    Napoleón había alcanzado el grado de general con apenas 25 años. Su rápido ascenso en el escalafón militar se debió a las oportunidades creadas por las guerras constantes de la época revolucionarias. En 1796, el Directorio le encomendó el mando del ejército de Italia. En pocos meses conquistó el norte del país y derrotó a Austria, a quien impuso en la Paz de Campoformio la cesión de Bélgica. Después de la campaña de Egipto (1798-1799), Napoleón regresó a París aclamado por las multitudes como un héroe nacional. Era el mejor general en el campo de batalla y también  el más capacitado para controlar con mano firme la situación interna de Francia, un deseo que no ocultaba los sectores más moderados del Directorio. Con ese apoyo político, el respaldo del ejército y el prestigio popular que disfrutaba, Napoleón lo tenía todo para lanzarse a la conquista del poder.

    En principio, el golpe de Estado de noviembre de 1799 instauró un Consulado. Napoleón tenía que compartir el poder ejecutivo con otros dos cónsules, Sieyès y Ducos. Pero, poco después, en 1802, el joven y ambicioso general ya se había convertido en cónsul único y vitalicio. El Consulado era, en la práctica, una dictadura personal. El Gobierno concentraba cada vez más poder y tenía en sus manos la iniciativa legislativa. El primer artículo de la constitución del año XII (1804) confiaba todos los poderes de la República ''a un emperador que toma el título de emperador de los franceses''. El 2 de diciembre de ese año, en presencia de papa Pío VII, Napoleón I se coronó a sí mismo en la catedral de Notre Dame. 

    En el interior, una vez establecido un estrecho control del orden público, comenzó una serie de reformas administrativas que pretendían mantener algunos de los principios del liberalismo moderno de 1791. Gracias al Concordato firmado con la Santa Sede (1801), el oculto católico volvió a tener el reconocimiento y el apoyo del Estado. La promulgación del Código Civil (1804), el Código del Comercio (1807) y el Código Penal (1810) reconocía las principales reivindicaciones de la burguesía: las libertades individuales básicas; la igualdad ante la ley; la defensa del derecho de propiedad.

      Estas reformas legales, junto con las medidas que establecían la igualdad fiscal, la educación primaria universal y la centralización administrativa (departamentos dependientes de los ministerios de París), sentaron las bases de la organización del Estado francés contemporáneo.

    El imperio napoleónico extendía sus fronteras por toda Europa. Después de las sonadas victorias obtenidas contra los austriacos (Austerlitz, 1805), los prusianos (Jena, 1806) y los rusos (Friedland, 1807), y de la invasión de España y Portugal (1808), el dominio continental de los ejércitos napoleónicos parecía incontestable. Sus éxitos militares no se explican si no se tiene cuenta que sus tropas luchaban contra ejércitos del Antiguo Régimen y muchas veces contaban con amplios contingentes que no eran de origen francés. Las élites intelectuales expresaron sus simpatías por Napoleón y muchos europeos percibían la llegada de los soldados napoleónicos como una liberación de las cadenas de la monarquía absoluto y la sociedad estamental. Desde el mar del Norte hasta el Mediterráneo, casi todos los Estados europeos quedaban bajo la administración directa imperial o permanecían vinculados en una red de Estados aliados y Estados vasallos, gobernados por familiares directos del emperador. Solo Reino Unido escapaba a esta construcción política a escala europea, al proyecto del <<gran imperio>> soñado por Napoleón, una realidad hasta 1812.



Napoleón Bonaparte
     Napoleón Bonaparte (1769-1821) nació en una familia de la pequeña nobleza de la isla de Córcega. Ascendió a general durante la defensa del puerto de Toulon (1793) y alcanzó gran prestigio militar en las campañas de Italia (1796-1797). Su carrera política se inició con el golpe de Estado del 18 de brumario (9 de noviembre de 1799) y su participación en el Consulado, con Emmanuel-Joseph Sieyès y R. Ducos. En 1802 fue nombrado cónsul vitalicio y dos años después se proclamó emperador de los franceses.

     Impulsó y dirigió la expansión militar francesa en Europa, difundiendo las nuevas ideas revolucionarias y buscando crear un gran imperio europeo bajo la gran direccíon de Francia. Gran Bretaña fue el gran rival de las tropas napoleónicas, sobre todo en el mar, pero los franceses también se encontraron con otras dificultades, como el combate de guerrillas en España y, más tarde, la táctica de <<tierra quemada>> en Rusia, que obligó a las tropas francesas a retirarse por problemas de avituallamiento, agravados por las bajas temperaturas, tras haber llegado hasta Moscú.

     El 31 de marzo de 1814, los aliados contra el imperio napoleónico entraron en París, y este se vio obligado a abdicar seis días después y a exiliarse a la isla de Elba. Unos meses más tarde regresó y tomó de nuevo el poder, en febrero de 1815. Su posterior derrota en la batalla de Waterloo, el 18 de junio de este año, frente al duque de Wellington, marcó su final. Murió en 1821 durante su exilio en la isla de Santa Elena.



 Máxima expansión de Napoleón en Europa, 1812
     La expansión del imperio napoleónico estuvo ligada a la difusión de las ideas revolucionarias de libertad, igualdad y fraternidad, y se considera uno de los precedentes de la idea de una Europa unida políticamente. Para lograrlo, se enfrentó a los países vecinos en los que gobernaban monarquías absolutas y, gracias al apoyo de una parte de la población, afín a sus ideas, consiguió que en 1812 casi toda Europa fuera ya dependiente de Francia o regida por familiares de Napoleón. Si bien, también encontró resistencia en otros grupos de la población y algunos países se convirtieron en difíciles enemigos, como Gran Bretaña, el imperio ruso o España.

 

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