Bloque
3 Anaya. La Revolución Industrial
Contenidos
La
revolución industrial. Desde Gran Bretaña al resto de Europa.
La
discusión en torno a las características de la industrialización en España:
¿éxito o fracaso?
Criterios
de evaluación
1.
Describir los hechos relevantes de la revolución industrial y su encadenamiento
causal.
2.
Entender el concepto de “progreso” y los sacrificios y avances que conlleva.
3.
Analizar las ventajas e inconvenientes de ser un país pionero en los cambios.
4.
Analizar la evolución de los cambios económicos en España, a raíz de la
industrialización parcial del país.
Estándares
de aprendizaje evaluables
1.1.
Analiza y compara la industrialización de diferentes países de Europa, América
y Asia, en sus distintas escalas temporales y geográficas.
2.1.
Analiza los pros y los contras de la primera revolución industrial en
Inglaterra.
2.2.
Explica la situación laboral femenina e infantil en las ciudades industriales.
3.1.
Compara el proceso de industrialización en Inglaterra y en los países nórdicos.
4.1.
Especifica algunas repercusiones políticas como consecuencia de los cambios
económicos en España.
1.
Las
bases de la Revolución Industrial en Gran Bretaña
1.1.
El concepto de Revolución Industrial
En sentido estricto, se entiende por Revolución
Industrial el conjunto de cambios ocurridos en la producción y el consumo de
bienes como resultado de la incorporación de máquinas a la fabricación
industrial.
Estas transformaciones sucedieron a lo
largo de un proceso lento y continuado y afectaron a los demás sectores,
ocasionando un cambio radical en la economía y en la sociedad anteriores. El
inicio de estos cambios tuvo lugar en Gran Bretaña hacia 1780, gracias a la
coincidencia de factores económicos y demográficos favorables. Estos fueron:
una revolución agraria que comenzó antes que la Revolución Industrial, la
revolución demográfica, la capacidad de innovación técnica, la mejora de los
transportes, la existencia de una burguesía emprendedora, y la posesión de un
vasto imperio colonial que suministraba materias primas y compraba los
productos industriales.
1.2.
La revolución agrícola y sus consecuencias
Las actividades agrarias experimentaron
importantes transformaciones, conocidas como “revolución agrícola”, en las que
Gran Bretaña fue pionera. Consistieron en progresos técnicos y en cambios en el
sistema de propiedad de tierra.
Los progresos técnicos
El sistema de cultivo basado en la
rotación trienal fue sustituido por el sistema Norfolk creado por el vizconde
de Townshend. En el sistema Norfolk el terreno se dividía en hojas en las que
rotaban de forma continua trigo, que proporcionaba pan; nabos, que regeneraban
el suelo y se usaban en la alimentación del ganado como forraje; cebada, que
suministraba cerveza, harina y alimento para el ganado; y forrajes (alfalfa,
trébol), alimentaban al ganado.
La producción de alimentos para el
ganado permitió el crecimiento de la ganadería. Esta proporcionaba abonos en
forma de estiércol, que aumentaban los rendimientos de las hojas dedicadas a
los cereales; y aportaba carne y leche, que mejoraron la alimentación humana
al
incrementar el consumo de proteínas.
Otras mejores agrarias fueron la
difusión de cultivos como el maíz y la patata; el empleo de máquinas sembradoras[1] y
cosechadoras movidas por caballos; el inicio de la selección de semillas y razas
ganaderas, y el comienzo del uso de fertilizantes químicos.
Los cambios en el sistema de propiedad
de la tierra
El antiguo sistema de campos abiertos (openfields) explotados en comunidad era
poco productivo. Por eso, los grandes propietarios ingleses promovieron leyes
de cercamiento, como la Enclosure Act
de 1773, para sustituir las tierras
comunales por propiedades privadas que era obligatorio cercar.
Con ello, muchos campesinos
pobres, sin dinero para hacer la cerca, tuvieron que vender sus tierras a aristócratas,
burgueses y campesinos ricos, y se convirtieron en asalariados o emigraron a
las ciudades para buscar trabajo en la industria.
Las consecuencias de la revolución
agraria
Las consecuencias principales de la
revolución agraria fueron el incremento de la producción agrícola; la mejora de la
alimentación; la concentración de la propiedad de la tierra y la reducción del número de
campesinos; y el ascenso de las rentas agrarias. Los beneficios obtenidos favorecieron
también a la mejora de las propias explotaciones agrarias y la inversión
en otras actividades, como la industria.
1.3.
La revolución demográfica
La población de Europa, en general, y la
británica, en particular, crecieron durante la Revolución Industrial por el
inicio de la llamada “revolución demográfica”.
La causa principal de este crecimiento
fue el descenso de la mortalidad. Estuvo motivado inicialmente por la mejora de
la alimentación, gracias a los progresos agrarios, y por la disminución de las
grandes epidemias. Y más adelante, por un cierto progreso en la higiene urbana
y en la medicina. La natalidad, en cambio, se mantuvo alta, lo que provocó un
elevado crecimiento natural de la población.
Como consecuencia de la revolución
demográfica, se incrementó la mano de obra disponible para trabajar; creció la
demanda de productos; se estimularon las innovaciones agrarias e industriales
para atenderla; y aumentó la emigración a otros continentes.
1.4.
Otros factores básicos para la Revolución Industrial en Gran Bretaña
Otros factores que influyeron en la
Revolución Industrial inglesa fueron:
La modernización de los transportes y de
las vías de comunicación. El comercio interior se intensificó gracias a la construcción
de canales desde mediados del siglo XVIII y a la mejora del firme de los
caminos a principios del siglo XIX gracias a la invención del macadán[2].
El comercio exterior, por su parte,
impulsado por el predominio colonial británico, alcanzó un ámbito mundial; y
aportó a la industria capitales, materias primas como el algodón, y mercados de
venta para los productos.
El crecimiento de los medios
financieros. Los beneficios mercantiles y de la tierra se dedicaron a financiar
los sectores industriales más prósperos (minero, textil, y siderúrgico).
También aumentó de forma considerable el número de bancos.
La disponibilidad de fuentes de energía
y de materias primas. La Revolución Industrial contó en Gran Bretaña con la
existencia de recursos energéticos como la hulla[3] o
carbón mineral; y de materias primas, como el algodón y el hierro. Su
aprovechamiento fue posible gracias a una serie de inventos, entre los destacó
la máquina de vapor.
El inventor de la primera máquina de
vapor útil fue el inglés Thomas Newcomen, quien en 1712 fabricó una bomba de
vapor para extraer el agua que se filtraba en las minas. Posteriormente, el
escocés James Watt perfeccionó el sistema y patentó su máquina de vapor que
empezó a fabricarse desde 1776, que funcionó primero con madera y luego con
carbón mineral.
El funcionamiento de la máquina de vapor
es sencillo. El carbón, quemado en un horno, calienta el agua de una caldera y
la convierte en vapor. El vapor, mediante distintos mecanismos, consigue el
movimiento continuo de una rueda y hace girar un árbol de transmisión, que
mueve a su vez las ruedas de las máquinas conectadas a él.
2.
La
mecanización de la industria. La fábrica
2.1.
Del taller artesanal a la fábrica.
Durante el Antiguo Régimen la producción
industrial se realizaba en pequeños talleres. En ellos, artesanos especializados
realizaban su trabajo utilizando herramientas manuales y vendían después el
producto en su propio establecimiento.
Con la Revolución Industrial, los
talleres artesanales iniciaron su declive, hasta casi desaparecer, y su lugar
fue ocupado por fábricas, grandes edificaciones donde se concentraban los
obreros y las máquinas movidas por una misma instalación energética. Esta
transformación fue posible gracias al empleo de nuevas técnicas y una nueva
división del trabajo.
Las nuevas técnicas consistieron en
sustituir el trabajo a mano por el trabajo con máquinas. Estas se movían
utilizando potentes fuentes de energía: primero el agua; y después el vapor,
obtenido quemando hulla.
La nueva división del trabajo consistió
en separar el proceso de trabajo en diferentes fases o tareas simples, y
asignar cada tarea a un trabajador. Así, las labores podían ser realizadas por
personas sin cualificación profesional con ayuda de máquinas.
Estas transformaciones permitieron una
producción más rápida, abundante y barata, y la sustitución del trabajo
cualificado y creativo por el trabajo no cualificado y rutinario.
Las primeras industrias que aplicaron
maquinaria para fabricar productos en serie y de forma masiva fueron la
industria textil y la siderúrgica.
2.2.
La industria textil.
Las innovaciones técnicas en el sector
textil se vieron impulsadas por el incremento de la demanda de tejidos de
algodón, motivada por el crecimiento demográfico.
Para responder a la creciente demanda se
empezaron a inventar máquinas que permitieran acelerar la producción. La
primera de las mismas fue la spinning
Jenny, inventada en 1764 por James Hargreaves, una hiladora mecánica que
permitía hacer a una persona el trabajo que antes realizaban ocho. Aunque esta
máquina todavía dependía de la energía humana.
En 1767 Richard Arkwright patentó la water frame, una hiladora mecánica que
era movida por la fuerza del agua lo que exigía localizar las fábricas junto a
los ríos. Con ellas, los tejedores lograron aumentar la velocidad del tejido y
la anchura de las piezas; y los hiladores pudieron realizar varias bobinas a la
vez.
Finalmente, se emplearon máquinas
movidas por vapor, como el telar mecánico patentado por Edmond Cartwright en
1785 y la primera máquina de hilar automática, conocida como selfactina o spinning mule, que fue patentada por
Richard Roberts en 1825. La selfactina estaba dotada de un movimiento de avance
y retroceso que permitía a una única persona hilar muchos hilos de forma
simultánea.
Las grandes dimensiones de estas
máquinas consolidaron definitivamente las fábricas (factory system), y la aplicación del vapor facilitó su localización
en las ciudades. Además, los tejidos de algodón superaron a los de lino y lana,
y la producción británica creció de forma espectacular y se extendió por todo
el mundo.
2.3.
La industria siderúrgica
La industria siderúrgica proporcionaba
hierro. Hasta entonces se fundía en hornos, utilizando madera y fuelles
manuales o hidráulicos, lo que limitaba la producción.
Ahora, la madera se sustituyó por carbón
mineral gracias al uso de bombas de vapor que permitían extraer las
filtraciones de agua de las minas (1776), y se emplearon máquinas para mover
los fuelles que inyectaban aire en el alto horno. Después, Henry Cort mejoró el
trabajo del hierro, con la invención de técnicas para hacerlo más resistente
(pudelación) y para moldearlo mejor (laminación).
Con estas innovaciones, la producción
británica de hierro experimentó un fuerte crecimiento, y la hulla y el hierro
pasaron a ser elementos imprescindibles en la era industrial.
3.
La difusión de la industrialización
Desde Gran Bretaña, la Revolución
Industrial se difundió a otros países. El ritmo fue diferente en función de
diversos factores: existencia de recursos (carbón, hierro, algodón),
disponibilidad de capital, crecimiento demográfico, demanda de productos,
situación política, etc. Los primeros países en adoptar la Revolución
Industrial fueron los países más próximos a Gran Bretaña, donde se implantaron
las muevas máquinas y se desarrollaron los sectores textil y metalúrgico. En
países más alejados del Reino Unido, como Rusia, solo aparecieron focos
industriales aislados, situados generalmente junto a las minas de carbón y de
hierro o en las grandes ciudades donde se concentraba la mano de obra y el
mercado de consumo. Sin embargo, Gran Bretaña continuó siendo hasta 1870 la
primera potencia industrial.
3.1
Los países de industrialización más temprana.
Los países que primero adoptaron la
industrialización, hacia 1830, fueron los más próximos a Inglaterra (Francia,
Bélgica, Suiza y Alemania), o con fuertes lazos con ella (Estados Unidos).
Estos países contaron, además, con la “ventaja del atraso”; es decir, la
adopción de una tecnología ya experimentada en Gran Bretaña, y con la presencia
de máquinas y técnicos especializados llegados desde Inglaterra.
Francia retrasó el uso del vapor por la
disponibilidad de recursos hidráulicos. Las nuevas industrias textiles y
siderúrgicas se localizaron en el norte y este del país. El resto de su
producción eran artículos tradicionales, dirigidos a un mundo rural aún
predominante.
Bélgica alcanzó un rápido desarrollo
industrial gracias a su alto crecimiento demográfico, la disponibilidad de
transportes baratos (ríos y canales, red ferroviaria) y las inversiones de la
banca. El sector textil se vio favorecido por una larga tradición artesanal; y
el siderúrgico, por la existencia de materias primas: carbón y hierro.
Suiza carecía de recursos naturales,
pero contaba con trabajadores especializados en la industria textil y en el
manejo de máquinas de alta precisión (relojes) y con inversiones de la banca.
Gracias a ello, creó fábricas de tejidos de algodón de lujo y de maquinaria.
Alemania impulsó las nuevas industrias
desde 1820, gracias a la existencia de minas de carbón en el Ruhr, el Sarre y
la Alta Silesia. Pero el principal impulso vino tras la creación en 1834 del
Zollverein, una unión aduanera que agrupaba a Prusia y a los estados de
Alemania central y del sur. No obstante, la fragmentación política explica que
la industrialización no adquiriese fuerza hasta 1850.
Estados Unidos contó con factores
favorables, como amplias superficies dedicadas al cultivo del algodón; recursos
mineros; alta demanda, favorecida por el crecimiento interno y la inmigración;
y la construcción del ferrocarril. Los sectores textil y siderúrgico se
localizaron en el este y en el medio oeste del país.
3.2
Los países de industrialización más tardía
Se incorporaron al proceso a partir de
1850. Padecían atraso tecnológico, una dotación inadecuada de recursos, escasa
demanda e inversión, y lejanía de los principales ejes del comercio
internacional
En este grupo se encontraban los países
europeos del norte, del sur (Portugal, España, Italia, Grecia), y del este (Austria-Hungría
y Rusia). También fue el caso de Japón, donde no se alcanzó la
industrialización propiamente dicha hasta 1870, durante la llamada Era Meijí.
4.
Las consecuencias económicas de la Revolución Industrial
La Revolución Industrial impulsó al conjunto
de la economía, al revolucionar el transporte, estimular el comercio y
favorecer el crecimiento del capitalismo, dado que las fábricas necesitaron
crecientes cantidades de capital para financiarse.
4.1.
La revolución de los transportes
La aplicación de la máquina de vapor a
los transportes permitió la aparición del barco de vapor y del ferrocarril.
Así, el traslado de mercancías y personas se hizo más rápido y barato, y
aumentó su capacidad de carga.
El barco de vapor nació en 1807, cuando
Robert Fulton aplicó la máquina de vapor a la navegación.
Los primeros barcos de vapor se movieron
por los ríos, utilizando grandes ruedas de palas. Pero su uso para el
transporte marítimo no se impuso hasta la invención del casco de hierro y de la
hélice (1830-1860). Desde entonces, los países acondicionaron sus puertos y se
realizaron grandes canales entre océanos para acortar la navegación, como el de
Suez (1859-1869).
El ferrocarril surgió cuando se inventó
la locomotora, una máquina de vapor móvil capaz de arrastrar vagones por railes
de hierro.
Los primeros ferrocarriles circularon
por Gran Bretaña, transportando mercancías entre las minas y los puertos en
trayectos muy cortos y llanos. El nuevo transporte no se impuso hasta que
George Stephenson diseñó la Rocket (1829), una locomotora capaz de circular por
terrenos en pendiente que funcionó por primera vez en 1830 en la línea
Manchester-Liverpool. Desde entonces, muchos países comenzaron a construir
grandes redes ferroviarias.
4.2.
El auge del comercio
El comercio interior y exterior se vio
favorecido por el aumento de la demanda y de la producción y por los nuevos
medios de transporte.
El crecimiento de los intercambios
garantizó el abastecimiento de alimentos a la población. Permitió a la
industria el aprovisionamiento de materias primas y la venta de sus productos.
Y facilitó a cada región especializarse en la producción de aquellos bienes
para los que contaba con mayores ventajas.
4.3.
El desarrollo del capitalismo
La industrialización impulsó una nueva fase
del capitalismo, "el capitalismo industrial", que sustituyó
paulatinamente al anterior capitalismo comercial.
Las primeras industrias eran pequeñas y
se financiaron con capital individual o familiar; pero, al crecer, exigieron
mayores inversiones. Para obtenerlas, se impulsaron las sociedades en
comandita, en la que unos socios aportaban el capital y otros lo administraban;
y las sociedades anónimas, cuyo capital se dividía en pequeñas participaciones,
llamadas acciones. Con ello, los beneficios y los riesgos se repartían entre
muchos accionistas.
El aumento del número de estas compañías
dio lugar a la creación de bolsas o mercados de valores, donde se compraban y
vendían las acciones de las sociedades anónimas; y a la multiplicación de
bancos, que invertían los depósitos de sus clientes en conceder créditos a las
empresas, en negocios, y en comprar acciones de las industrias.
La generalización de estos
establecimientos durante el primer tercio del siglo XIX originó el llamado
capitalismo financiero, basado en la obtención de ganancias a través de la
compraventa de acciones, productos financieros y valores.
4.4.
El aumento de la desigualdad económica
Desde la Revolución Industrial, la mayor
o menor importancia de los países empezó a medirse por su potencia industrial,
en lugar de por su extensión o por su capacidad militar.
La industrialización provocó así la
división del mundo en países industrializados o desarrollados, que se hicieron
con el predominio mundial; y países no industrializados o atrasados, que
pasaron a ocupar una posición dependiente.
5.
Las consecuencias sociales de la Revolución Industrial
Las revoluciones políticas liberales y
la Revolución Industrial impusieron una nueva sociedad de clases, donde las
diferencias sociales se basaban en el mérito personal medido por la riqueza. En
ella, la clase dominante incluía a la burguesía y a la antigua nobleza, que
mantuvo sus propiedades agrarias; y la clase dominada, al proletariado (obreras
y obreros industriales) y al campesinado.
5.1.
El auge de la burguesía
La burguesía ascendió como grupo social.
Accedió al poder político; se enriqueció con sus actividades económicas; formó
parte de la élite cultural, gracias a sus estudios medios y universitarios, e
impuso su ideología basada en la valoración del trabajo, el éxito personal, la
familia y las formas refinadas, que se manifestaban en actos sociales como los
bailes o conciertos, sobre todo de ópera.
La gran burguesía comercial e industrial
se situaba en la cúspide de este grupo social. Su riqueza procedía de las
manufacturas (empresas industriales y minas), de los negocios (bancos,
compañías aseguradoras, financiación de los ferrocarriles, especulación con el
suelo urbano, etc.) y de las exportaciones agrarias.
La pequeña burguesía o clase media
estaba formada por pequeños comerciantes e industriales, funcionarios y
miembros de las profesiones liberales, como médicos y abogados.
5.2.
El nacimiento del proletariado
Las obreras y los obreros de la
industria constituyeron un nuevo grupo social, el proletariado, compuesto por
el campesinado emigrado a las ciudades o antiguos artesanos arruinados por la
mecanización industrial.
Era una mano de obra barata, sin apenas cualificación profesional y
fácil de despedir, que tuvo que soportar condiciones de trabajo muy duras:
largas jornadas laborales, de 14 a 16 horas; salarios muy bajos, por hora
trabajada o en función del rendimiento; ruido intenso y permanente de la
maquinaria; calor en verano y frío en invierno, etc. Entre el 30 y el 75% de esta
mano de obra industrial estuvo compuesta por mujeres y niños, que trabajaban
desde muy pequeños.
Carecían de seguros de accidentes,
enfermedad, despido o jubilación; y en las fábricas estaban sometidos a una
dura disciplina laboral, que sancionaba el abandono de la máquina o el
conversar durante el trabajo.
En las ciudades, el proletariado vivía
hacinado en barrios situados junto a las fábricas o los puertos, que contaban
con las mínimas condiciones higiénicas.
6.
El movimiento obrero
6.1.
De la protesta al sindicalismo
La miseria del proletariado, su
marginación política y la falta de legislación laboral[4]
originaron el movimiento obrero. Este comprende las organizaciones del
proletariado que lucharon por mejorar su situación económica y política; y sus
actuaciones colectivas.
En sus inicios, el movimiento obrero
consistió en actos de protesta contra la mecanización, consistentes en la
destrucción de las nuevas máquinas (ludismo),
al considerarlas responsables de su situación.
La clase obrera creó también sociedades
de socorro mutuo, cuyos integrantes pagaban una cuota y recibían una ayuda en
caso de accidente o despido; y realizaron numerosas “peticiones al Parlamento”
para que pusiera fin a los abusos de la patronal.
En fechas posteriores, se crearon
sindicatos o asociaciones obreras reivindicativas. Sus objetivos eran mejorar
las condiciones laborales: reducción de la jornada de trabajo, aumento de los
salarios, logro de ciertos derechos políticos (asociación, sufragio universal),
y organización de las medidas de lucha, como la negociación, las
manifestaciones y la huelga. Las primeras asociaciones obreras o Trade Unions surgieron en Gran Bretaña,
donde fueron legalizadas por el Parlamento en 1825.
6.2.
La lucha política. Cartismo, socialismo y anarquismo
De forma simultánea al desarrollo de los
sindicatos, las obreras y los obreros iniciaron la lucha política a fin de
conseguir la igualdad de derechos. Así surgieron, primero, el Cartismo en Gran
Bretaña; y después, dos nuevas ideologías contrarias al capitalismo: el
socialismo o marxismo y el anarquismo.
El Cartismo debe su nombre a la llamada
Carta del Pueblo, un documento enviado al Parlamento británico en 1838 por la
Asociación de Trabajadores de Londres. En él se reclamaban, entre otros
derechos, el voto secreto, el sufragio universal masculino y la convocatoria de
elecciones anuales al Parlamento.
El socialismo fue formulado por Karl
Marx y Friedrich Engels. Su objetivo era acabar con la propiedad privada,
causante de la división entre la burguesía, propietaria de los medios de
producción; y el proletariado, que al carecer de propiedades debe vender su
trabajo a cambio de un salario mísero.
Para conseguir su objetivo, el marxismo
proponía una revolución dirigida por el partido socialista que llevara al
proletariado al poder. Una vez alcanzado este, se establecería una dictadura
transitoria (dictadura del proletariado) mientras se implantaban la propiedad
colectiva y una sociedad sin clases y sin Estado.
El anarquismo fue expuesto, entre otros,
por Pierre-Joseph Proudhon y Mijaíl Bakunin. Su objetivo era alcanzar la máxima
libertad individual, eliminando todo lo que la limite: el Estado, la propiedad
privada o las creencias religiosas.
Para conseguirlo, Bakunin proponía una
revolución espontánea, protagonizada por el campesinado y el proletariado. Tras
su triunfo, se aboliría el Estado y se sustituiría por comunidades igualitarias
de producción y consumo.
6.3.
La Primera Internacional obrera
En 1864, el deseo de luchar contra el
capitalismo a nivel internacional, llevó a fundar en Londres la Asociación
Internacional de Trabajadores (AIT), o Primera Internacional. En ella se
integraron los sindicatos de varios países, los socialistas y los anarquistas.
Sin embargo, las disputas internas entre marxistas y anarquistas llevaron a su
disolución en 1876.
La Revolución Industrial en España: la
población y la agricultura
7.
La Segunda Revolución Industrial
Entre 1870 y 1914 tuvo lugar la llamada
Segunda Revolución industrial. Se inició en Estados Unidos y Alemania, y se
basó en el uso de nuevas fuentes de energía y en cambios en la organización del
trabajo que impulsaron nuevos sectores industriales.
7.1.
Las nuevas fuentes de energía
A finales del siglo XIX comenzaron a
usarse nuevas fuentes de energía, como el petróleo y la electricidad, y nuevos motores
para mover las máquinas.
El petróleo se usó para mover motores
que funcionaban con sus derivados, como la gasolina y el diésel.
La electricidad se utilizó para la
iluminación y para mover motores. Sobre todo desde la invención del acumulador
y del transformador (1897), que permitieron transportarla y acabaron con la
necesidad de localizar las industrias junto a las fuentes de energía.
7.2.
Los cambios en la organización de trabajo.
Respondieron a la necesidad de producir
artículos baratos y en masa.
El taylorismo, aplicado por Frederick
Taylor, pretendía conseguir la máxima eficacia en el trabajo. Para ello, se
determinaba la forma exacta de hacer cada tarea; se cronometraba el tiempo que
se debía emplear; y se concedían incentivos de producción.
El fordismo, aplicado por Henry Ford en
su fábrica de automóviles, inició la producción en masa y en serie en enormes
fábricas. En ellas el trabajo se organizaba en cadena, de forma que cada
trabajador realizaba solo una tarea del proceso de fabricación del producto,
que le llegaba mediante una cinta transportadora. Con ello se evitaban
desplazamientos, se incrementaba el rendimiento y se abarataba el producto.
7.3.
Los sectores industriales punta
Las innovaciones técnicas anteriores
originaron la diversificación de la industria, destacando la metalurgia y la
industria química.
La metalurgia progresó gracias a la
generalización del convertidor Bessemer en 1856 que permitía obtener acero a
partir del hierro. Además, incorporó nuevos metales como el cobre, utilizado
por la industria eléctrica; y el aluminio obtenido usando electricidad. La
industria química elaboró numerosos productos derivados del petróleo, como
plásticos, colorantes, productos farmacéuticos, fibras sintéticas y explosivos.
Otras industrias punteras de la época
fueron las de material eléctrico y la mecánica, que fabricaron máquinas de
coser y de escribir, bicicletas, locomotoras, automóviles y los primeros
aviones; la textil, con el empleo de fibras y tintes artificiales: y la
alimentaria, con la conservación en latas cerradas herméticamente.
8.
Avances de la economía y del capitalismo.
8.1.
Nuevos medios de transporte y comunicación
Los medios de transporte experimentaron
grandes progresos. La electricidad se aplicó a los ferrocarriles (Siemens,
1879), a los tranvías y al metro; y el motor de explosión permitió el
nacimiento del automóvil (Benz. 1886; Diesel, 1893), la mejora de la navegación
y el inicio de la aviación (hermanos Wright, 1903).
Las infraestructuras también mejoraron con la
finalización del canal de Panamá (1914), que abarató el transporte entre los
océanos Atlántico y Pacífico; y con la extensión de la red ferroviaria, que
facilitó la expansión de Estados Unidos hacia el oeste, la de Rusia hacia el
este, y una mayor integración territorial del resto de los países.
Las comunicaciones progresaron con
inventos como el teléfono (Meucci, 1860), el fonógrafo (Edison. 1876), el
cinematógrafo (hermanos Lumière, 1895) y la radio (Tesla, 1897).
8.2.
Las actividades agrarias y el comercio
Las actividades agrarias aumentaron sus
rendimientos gracias al empleo de abonos químicos y de piensos. El uso de
máquinas movidas por motores eléctricos y de explosión facilitó el trabajo. Las
nuevas técnicas, como la pasteurización, el enlatado y la congelación,
permitieron la conservación de los alimentos. Y el progreso del transporte
abarató la distribución de los productos y permitió que cada zona tendiera a
especializarse en los más adecuados para su venta en un mercado mundial.
El comercio interior ideó nuevos
sistemas para vender la creciente producción, como los grandes almacenes, que
ofrecían una gran variedad de productos baratos; y técnicas como la publicidad,
la compra por correo y a plazos, y las rebajas.
El comercio internacional adquirió ahora
una dimensión mundial gracias a la mejora de los transportes y al crecimiento
de la producción industrial.
La necesidad de mercados que
suministrasen materias primas y comprasen los productos industriales llevó a
algunos estados al proteccionismo comercial; y a otros, a la conquista de
imperios coloniales.
8.3.
El nacimiento del gran capitalismo
El aumento del tamaño de las empresas y
las elevadas sumas de dinero necesarias para financiarse originaron una nueva
fase del sistema capitalista, conocida como “gran capitalismo”.
Sus rasgos básicos fueron la
concentración financiera y la concentración empresarial.
La concentración financiera supuso la
aparición de grandes bancos, como el Crédit Lyonnais (Francia), el Deutsche
Bank (Alemania), o el Lloyds (Gran Bretaña). Estos intensificaron su relación
con las empresas industriales, concediéndoles créditos o participando en ellas
como accionistas.
La concentración empresarial se propuso
dominar el mercado, eliminando la competencia entre empresas. Con este fin se
crearon diferentes tipos de concentración entre empresas. Con este fin se
crearon diferentes tipos de concentración, como el cartel[5],
el trust[6]
y el holding[7].
Este hecho obligó a crear leyes antimonopolio.
9.
Las consecuencias sociales de la Segunda Revolución Industrial.
9.1.
El crecimiento demográfico y urbano
Entre 1870 y 1914 la población europea
aceleró su crecimiento, pasando de 300 a 440 millones de personas. Como
resultado, aumentaron la emigración al exterior y la población urbana.
La emigración al exterior se vio
favorecida por la mejora y el abaratamiento del transporte. Inicialmente,
procedió de Reino Unido, Irlanda y Escandinavia; después, afectó a toda Europa.
Sus destinos principales fueron Estados Unidos, América Latina, Australia y
Nueva Zelanda. La emigración benefició a los países receptores, que necesitaban
pobladores; y también a los emisores, que así aliviaban el paro y los
conflictos sociales.
Las ciudades incrementaron sus
habitantes. Así, en 1900 albergaban a un tercio o la mitad de la población; y
algunas, como París y Londres, superaron el millón de personas. Además,
transformaron su aspecto gracias a las mejoras higiénicas (alcantarillado,
pavimentación y recogida de basura) y la adopción de algunas novedades
derivadas de la Segunda Revolución Industrial, como el alumbrado, el tranvía y
el metro eléctricos.
9.2.
Los avances sociales
El desarrollo del movimiento obrero.
El movimiento obrero ganó afiliados
cuando los Estados reconocieron la libertad de reunión y de asociación y
legalizaron las asociaciones obreras. Con el tiempo, surgieron partidos
políticos obreros, que se propusieron acceder al poder político e impulsar
reformas democráticas y sociales. El primero y más importante fue el Partido
Socialdemócrata Alemán (SPD), fundado en 1875, al que pronto siguieron otros en
Francia, Reino Unido, Italia y España.
El internacionalismo obrero se reavivó con la fundación de la II Internacional
o Internacional Socialista (París, 1889), concebida como una federación de
partidos socialistas basada en principios marxistas. En ella se enfrentaron los
marxistas puros, partidarios de acceder al poder por la revolución; y los
revisionistas, defensores de alcanzarlo participando en las elecciones. La
Internacional condenó, además, el capitalismo, el imperialismo y la guerra.
La mejora del proletariado.
En Europa occidental mejoró la situación
del proletariado. En el terreno laboral, la presión del movimiento obrero y de
los partidos de izquierda llevó a muchos Estados, como Alemania, Francia y
Reino Unido, a elaborar leyes que regulaban la jornada laboral y establecían
medidas de protección social: indemnizaciones por accidente, jubilación, salarios
mínimos, etc. En el terreno económico, la producción en masa y en serie debida
a la Segunda Revolución Industrial abarató los precios de muchos bienes. Esto
permitió al proletariado elevar su capacidad de consumo y su calidad de vida.
[1] La primera máquina sembradora fue diseñada por Jethro
Tull en 1730. Esta permitía sembrar rápidamente, realizando en un día, con tan
solo dos hombres, el trabajo de setenta personas.
Esta
sembradora era arrastrada por caballos y tenía rejas para realizar surcos, que
permitían sembrar las semillas a cierta profundidad, y un rastrillo que luego
echaba la tierra sobre ellas, protegiéndolas de los pájaros y del viento.
[2] En 1816, un
ingeniero escocés, McAdam (1756-1836), propuso un nuevo sistema en la
construcción de carreteras, conocido como macadán.
El macadán consistía en utilizar
piedras machacadas, que se disponían en varias capas superpuestas y se
compactaban con el paso de pesados rodillos de hierro y carruajes.
La superficie debía estar a mayor
altura que el suelo circundante y debía ser ligeramente curvada, para que el
agua escurriese hacia las cunetas laterales.
[3] La hulla, con
la antracita y el lignito son los tres tipos principales de carbón mineral. La
hulla es el más abundante y produce más calor que el lignito. De la hulla se
obtenía un combustible artificial llamado coque que se usaba en los
altos hornos donde se procesaba el hierro.
[4] La legislación
laboral son el conjunto de leyes que regulan los contratos y las condiciones de
trabajo. En ellas se establecen horarios de trabajo, sueldos, horas extras,
vacaciones pagadas, pensiones de jubilación, seguros de accidente y de
enfermedad… En el siglo XIX los estados liberales estaban a favor de no
intervenir en la economía pues consideraban que cualquier intervención del
Estado en las relaciones económicas tendría un efecto negativo; por ello no
existía ninguna legislación laboral. Las sucesivas leyes que establecían las
condiciones de trabajo se lograron gracias a la lucha de las organizaciones
obreras.
[5] Cartel: Acuerdo
entre empresas independientes del mismo sector para evitar hacerse la
competencia y controlar el mercado.
[6] Trust: Unión de
empresas del mismo tipo con una sola dirección.
[7] Holding:
Sociedad financiera que controla total o parcialmente distintas empresas
independientes al poseer la mayoría de las acciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario