El mapa debería verse mejor
Nota: 8
El ataque naval del ejército japonés a Pearl Harbor, en
Hawái, provocó la entrada de EE.UU. en la guerra (con un único voto en contra,
el de la pacifista Jeannette Rankin, primera mujer congresista). Los japoneses
continuaron su expansión apoderándose del sureste asiático desde Manchuria a
Malasia, pero, a mediados de 1942, los estadounidenses los frenaron en las batallas
del mar del Coral y de Midway. El enfrentamiento fue muy duro debido a la
resistencia de enclaves en manos de los japoneses (las islas Salomón, las islas
Marshall, Marianas…).
La aviación nipona recurrió a métodos desesperados, como los
pilotos suicidas o kamikazes, mientras que la aviación estadounidense realizaba
bombardeos masivos de las ciudades japonesas para minar su capacidad
productiva. El lanzamiento de las bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki
en agosto de 1945 puso fin a la guerra.
3.3 La costosa derrota del Japón
En mayo de 1942, el Gobierno militar del emperador Hirohito
recibió los primeros contratiempos, que indicaban un cambio de tendencia en el
frente del Pacífico: el intento de ocupar Nueva Guinea, como punto de apoyo
para la invasión y ocupación de Australia, fue detenido por la resistencia
americano-canadiense en la batalla del Mar del Coral. Y todavía peor: en junio
de 1942, los norteamericanos consiguieron derrotar a los japoneses en las islas
de Midway, a la par que empezaban a ayudar de manera efectiva a la resistencia
militar de nacionalistas y comunistas en China.
Desde el verano de 1942, Japón se vio obligado a iniciar una
retirada y evacuación de cada una de las islas y posesiones logradas. Fue una
guerra lenta, sangrienta y extenuante para ambos bandos: mientras los japoneses
habían conseguido sus objetivos en apenas cinco meses iniciales, los aliados
tardaron cuatro años en recuperarlos.
La dependencia de Japón de las importaciones de petróleo,
unida a la campaña naval enemiga contra sus vías de transporte marítimo,
acabaron reduciendo la capacidad productiva. La estrategia bélica de Estados
Unidos hizo muy buen uso de su enorme superioridad en recursos y materiales a
través de dos vías complementarias:
· La campaña naval para ir liberando isla a isla con ataques
masivos. Entre el verano de 1942 y principios de 1945, la flota estadounidense
y su infantería de marina libró una lucha titánica y con un coste humano
terrible para desalojar a los japoneses de sus posesiones. La resistencia
japonesa ante ese avance, lento pero inexorable, fue más que heroica: fue
suicida con los pilotos kamikazes que lanzaban sus aparatos contra buques e
instalaciones estratégicas.
Y esa voluntad de resistencia hasta la muerte de
militares y civiles nipones explica la lentitud y lo costoso de la operación de
victoria aliada. Los norteamericanos se llegaron a plantear una paz negociada
que permitiera la supervivencia del imperio japonés aunque fuera reducido en su
extensión. Esta opción no pudo llevarse a cabo.
· La campaña de bombardeos aéreos para desmoralizar al
enemigo y desarticular su capacidad productiva e industrial. En este caso, la
capacidad operativa aliada solo empezó a ser decisiva después de la ocupación
de las islas Marianas y una vez disponible la superfortaleza volante B-29, un
bombardero estratégico de gran alcance y potencia de fuego. Sus primeros éxitos
fueron contra las comunicaciones aéreas y marítimas entre Japón y distantes
imperiales periféricas. Pero desde el verano de 1944, los objetivos se
centraron en ciudades y en zonas industriales del propio Japón, con una
intensidad y mortalidad creciente.
A la altura de julio de 1945, más de sesenta
ciudades habían sido bombardeadas. Los aviones estadounidenses habían lanzado
más de 41000 toneladas de bombas, con más de 600000 víctimas mortales, y con la
destrucción de buena parte de las industrias bélicas y las principales
infraestructuras.
3.4 El epílogo de las bombas atómicas
La certeza de la derrota no provocó cambio alguno en la
decisión de la élite política y militar japonesa de no pedir la paz y terminar
con la tragedia: la resistencia encarnizada y suicida seguía siendo la política
oficial de Japón y contaba con el apoyo de la población.
Mientras militares
japoneses combatían hasta la extenuación y sin opción de rendición humillante,
el Gobierno movilizaba a toda la población civil para prestar servicio militar
en un programa denominado <La Gloriosa Muerte de Cien Millones>, que
apelaba al entusiasmo fanático popular para morir combatiendo por el emperador
Hirohito.
En esa coyuntura crítica de la primavera de 1945, las
autoridades estadounidenses contemplaban el coste humano que implicaría el
asalto final a las islas japonesas. En esos meses, un equipo científico, que
trabajaba secretamente desde 1943, informó que había conseguido construir una
bomba atómica con una potencia destructiva inimaginable.
La decisión de utilizar la nueva bomba la tomó el presidente
Harry S. Truman, que había reemplazado a Roosevelt, muerto en abril. Así se
selló el destino de Hiroshima: el día 6 de agosto de 1945, una bomba de uranio,
con una potencia equivalente a 20 kilotones de dinamita, cayó en el centro de
la ciudad, provocando la muerte instantánea de unas 100000 personas y millares
de heridos, que morirían posteriormente por su exposición a la radiación. Vista
la negativa japonesa a reconocer su derrota después de esa primera demostración
de capacidad destructiva, tres días después se lanzó otro ataque a Nagasaki:
otra bomba de plutonio cayó sobre la ciudad y mató en el acto a unas 74000
personas.
Tras un duro debate en el seno de la dirección militar y
política del Japón, y después de sofocar una tentativa de golpe de Estado
militar de los sectores más intransigentes de la oficialidad, el emperador
Hirohito rompió su silencio y decidió la rendición. El 15 de agosto de 1945, el
emperador habló por radio a todo su pueblo para anunciar el final de la lucha y
la rendición del Japón, apelando a la colaboración de soldados y civiles para
evitar mayores desgracias y devastadoras.
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