domingo, 26 de noviembre de 2017

5. AUSTRIA-HUNGRÍA, UN IMPERIO AUTORITARIO

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Nota: 9

5. AUSTRIA-HUNGRÍA, UN IMPERIO AUTORITARIO

5.1 AUSTRIA-HUNGRÍA, LIBERALISMO Y AUTORITARISMO

 En el Imperio austriaco, tras la revolución de 1848, se volvió a reafirmar una monarquía autoritaria. Para abordar el problema de las nacionalidades en el Imperio, a partir de 1867, el emperador Francisco José se convirtió en rey de Hungría, reinado sobre una doble monarquía: Austria-Hungría (monarquía dual).

 El emperador nombraba, para el conjunto del Imperio, a los ministros de Asuntos Exteriores, de Guerra y de Finanzas, mientras que cada uno de los reinos (Austria y Hungría) tenían un gobierno, un parlamento y una ley electoral propios y se encargaban de los asuntos internos.

 Respecto al gobierno, en Austria, la Constitución reconocía las libertades públicas y se constituyó un parlamento elegido por sufragio censitario (universal masculino desde 1908). De este modo, el gobierno solo era responsable ante el emperador, y este decidía en las cuestiones relevantes. En Hungría, el sistema era más restrictivo y los nobles húngaros, grandes propietarios de tierras, controlaban los poderes legislativo y ejecutivo.

 El sistema político de Hungría no se correspondía con el dinamismo económico de algunas zonas del Imperio, en las que se produjo una importante industrialización (regiones de Viena y Bohemia). Su  economía era la sexta del mundo por su PNB, y se produjo un gran crecimiento de la red ferroviaria y de los negocios ligados a ella. Viena tenía millones de habitantes en 1910 y era la tercera ciudad más grande de Europa. La burguesía de los negocios y el creciente movimiento obrero de esas zonas reclamaba cambios políticos.

 Por ello, grupos demócratas y socialistas, a finales del siglo XIX y principios del XX, pugnaron para acabar con la monarquía autoritaria de los Habsburgo e instaurar un régimen un parlamentarismo democrático.

 5.2 LOS PROBLEMAS DE UN IMPERIO PLURINACIONAL

 A finales del siglo XIX, el Imperio austrohúngaro continuaba siendo un mosaico de nacionalidades y religiones. El acuerdo de la monarquía dual solo daba solución al problema húngaro, pero continuaba dejando sin resolver las aspiraciones nacionales del resto de pueblos del Imperio.

 Por ello, checos, polacos, eslovacos, rumanos y eslavos del sur (eslovenos, croatas, serbios, etc.) continuaban sometidos a una u otra monarquía y mantenían su oposición contra el Imperio.

 A esta complicada situación interna se unía el conflicto generado en las Balcanes por la desintegración paulatina de Imperio turco. Desde principios del siglo XIX, los movimientos nacionalistas habían conseguido desmembrar su territorio: en 1928, Grecia logró  la independencia y, más adelante, se sucedieron las de Serbia, Rumania,  Bulgaria y Montenegro.

 El imperio austrohúngaro pretendía influir en esa región y ampliar su espacio a costa del Imperio turco. En 1878 ocupó los territorios eslavos de Bosnia. Esto provocó la alarma de Serbia, que se creía destinada a unificar a los eslavos del sur y que contaba con el apoyo de Rusia.

 Gran parte de las alianzas y de los problemas que condujeron a la Primera Guerra Mundial tuvieron su origen en las tensiones generadas en la zona de los Balcanes del Imperio austrohúngaro.

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